La construcción de autonomía desde el preescolar
Durante estos días en el contexto cercano se viene con el proceso de adaptación de los niños y de las niñas a la vida escolar. Se ha dado pie al llamado período de adaptación que es todo aquel proceso en el cual se construyen valores, pautas y hábitos de comportamiento y de vida grupal. Durante este momento del año se construyen además, los vínculos que le permitirán al niño y la niña relacionarse con otros en la escuela de una manera sana y pertinente.
Para que estos vínculos sean realmente significativos y la vida del grupo sea cada vez mejor se hace indispensable un proceso de construcción de normas paulatino, consciente, amoroso pero firme. Lo anterior conlleva a pensar entre familia, institución educativa, docente y grupo de niños en límites y condiciones construidos de manera significativa para el bienestar de todos. Implica la construcción de normas al alcance de la vida para el grupo, desde el sentido común, no desde los castigos y las imposiciones.
Implica que se lleguen a los acuerdos mínimos y comunes entre los niños y las consecuencias de transgredir esos acuerdos así como en que esas construcciones tengan como resultado o producto final un manual de convivencia para el aula, reconocido tanto por los niños como por sus padres y maestros, ilustrado por ellos y fijado en lugares comunes y muy visibles, con símbolos y palabras sencillas e impactantes, para ser consultados toda vez que alguno de los miembros del grupo, incluyendo a los adultos, se salga de los límites y haciendo énfasis en la importancia para el bienestar común de estos. Cada norma debe conllevar a un valor social importante para la vida en el aula.
Además de las normas y del reconocimiento de ellas por parte de los niños y sus padres a través de talleres, conversatorios, juegos y escuelas de familias, se debe enfatizar en la figura de los adultos como portadores de buen ejemplo, pero no receptores de quejas sin sentidos y mediadores constantes de conflictos. Muy al contrario se debe fortalecer en los niños la capacidad de dialogar, perdonar, escuchar, autorregularse en casos de conflicto y buscar maneras de resolver las dificultades sin acudir a terceros. Esto al principio es muy difícil, pero de mantenerse firme el adulto, de dialogar con los niños, de ayudarles a poner en palabras sus malestares y puntos de vista en todo momento, poco a poco se logrará.
Siempre el adulto debe ser coherente, equilibrado, consistente y firme aunque le duela y no quiera.
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