11 de agosto de 2018

Juan y la habichuela mágica

Juan y la habichuela mágica

Cuentos en verso para niños perversos.
Que delicia este cuento en verso...

JUAN Y LA HABICHUELA MÁGICA ------------------------------------------------ La madre de Juan dijo: "Se acabó. No queda un chavo en casa... Y digo yo que en el mercado, echándole tupé, podrás vender la vaca, conque ve y cuenta allí lo sana que es la Juana, aunque tú y yo sepamos que es anciana". ------------------------------------------------ Se fue Juan con la vaca y volvió luego diciendo: "¡Madre, cómo les di el pego! Jamás habrá un negocio tan redondo como el que hizo tu Juan". "¡Mira el sabihondo! Seguro que tu trato es un desastre y que te ha dado el timo algún pillastre...". Mas cuando Juan, con gesto artero y pillo, extrajo una habichuela del bolsillo su madre saltó un cuádruple mortal, se puso azul y le gritó: "¡Animal! ¿Te has vuelto loco? Dime, tarambana, ¿te han dado una habichuela por la Juana? ¡Te mato!", y tiró al huerto la habichuela, agarró a Juan y le atizó candela con la mangueta de la aspiradora zurrándole lo menos media hora. ------------------------------------------------ A las diez de la noche, sin embargo, la alubia empezó a echar un tallo largo, tan largo que la punta se perdía entre las nubes cuando llegó el día. Juanito gritó: "¡Madre, echa un vistazo y dime si ayer no hice un negociazo!". La madre dijo: "¡Calla, pasmarote! ¿Acaso da habichuelas ese brote que pueda yo meter en el puchero? ¡No agotes mi paciencia, majadero!". "¡Por Dios, mamá, que no hablo de semillas! ¿No ves que es de oro? ¡Mira cómo brilla!". ¡Cuánta razón tenía el rapazuelo! Allá afuera, estirándose hasta el cielo, brillaba una alta torre de hojas de oro más imponente que el mayor tesoro. La madre de Juanito, espeluznada, pegó otro brinco y dijo: "¡Qué burrada! Hoy mismo compro un Rolls, me voy a Ibiza y abro una cuenta en una banca suiza. ¡Vamos, mastuerzo, tráeme las que puedas y las que no sean de oro te las quedas!". Y Juan, sin atreverse a vacilar, trepó por la habichuela sin tardar, ganando altura, -no preguntéis cuánta hasta alcanzar la punta de la planta. Mas una vez allí ocurrió una cosa de lo más espantable y horrorosa: se levantó un estruendo tremebundo como si se acercara el fin del mundo y habló una voz terrible, muy cercana, que dijo: "¡¡_Estoy oliendo a carne humana_!!". Juanito se dio un susto de caballo y sin pensarlo más bajó del tallo. "¡Ay, madre!, si lo sé yo no te escucho, que arriba hay un señor que grita mucho, que yo lo he visto, y me parece injusto subir y que me peguen otro susto...! Es un gigante. Y anda bien de olfato". "¡Qué tonterías dices, mentecato!". "Me olió sin verme, madre, te lo juro. Es un gigante enorme, estoy seguro...". "Naturalmente que te olió, marrano, que no te duchas más que en verano y apestas como un chivo y no obedeces por más que te lo mande cien mil veces...". Juan respondió: "Mamá, ¿por qué no subes, ya que eres tan valiente, hasta las nubes tú misma?", y ella dijo: "¡Desde luego! Yo sin luchar a tope no me entrego". Se arremangó las faldas y de un salto tomó la enorme planta por asalto y se perdió en sus hojas, mientras Juan dudaba del buen éxito del plan, temiendo que el tufillo mareante de su mamá enfadara a aquel gigante. ------------------------------------------------ Mirando arriba estaba... hasta que un ruido que no esperaba, más bien un chasquido terrible, y una voz desde la altura llegaron a su oído: "¡_Estaba dura y le sobraban huesos, pero al menos los dos muslitos me han sabido buenos_!". "¡Atiza! -exclamó Juan-. ¡Ese chiflado se merendó a mi madre de un bocado! -Olfateó- ya lo decía yo. Ese tufillo horrible...". Y contempló la inmensa planta de oro: "¡Mala suerte! Tendré que enjabonarme y frotar fuerte para poder pasar por inodoro si quiero reincidir en lo del oro". Conque se dirigió al cuarto de baño por la primera vez en aquel año, gastó siete champús, doce jabones y se llenó los pelos de lociones, se cepilló las muelas y los dientes y se dejó las uñas relucientes. Volvió luego a la planta nuestro chico y allí arriba seguía, hecho un borrico, sorbiéndose los mocos y escupiendo, nuestro gigante bárbaro y horrendo: "¡¡_No estoy oliendo a nada por ahora_!!", gruñía sordamente. Varias horas esperó Juan. Por fin cayó dormido el monstruo, y el muchacho, sin un ruido, hizo cosecha de oro a troche y moche y durmió billonario aquella noche. "Bañarse, -dijo-, es algo muy seguro. Me daré un baño al mes en el futuro".

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